viernes, 24 de abril de 2009

Sin Filtro

Previo consentimiento de mi tío Quintín, he decidido compartir con vosotros su último artículo publicado en el periódico El Vedat, que tiene como título el nombre de mi entrada. A parte de que estoy de acuerdo con todo lo que dice, aquellos que me conozcáis, sabréis, que en parte, el texto es importante para mi. Así que me dispongo a ponerlo ya. Espero que sea de vuestro agrado.

"Acurrucada en la esquina de su página, leí la noticia de que muchos padres de la provincia vietnamita de An Giang, en el sur del país, obligan a sus hijos a fumar porque creen que el número premiado de la lotería aparecerá dibujado en el filtro del pitillo, si es consumido por un alma inocente. Grave, pero la distancia mitigaba su dureza. La redacción del artículo describía el hecho como una anécdota. Evitó el trasfondo dramático. Un triste caso de maltrato a la infancia más, sí, pero ajeno a nuestra cultura. Curiosidades para curiosos. En doscientas palabras de crónica sólo resultaban malparados los padres. Se nos ha domado durante tantas generaciones, que, mansos, siempre omitimos culpar al matarife. Hemos asumido que el tabaco siempre va a estar ahí, incubando cánceres y cobrando víctimas. A la vuelta de la esquina, agazapado con su guadaña junto a sellos, golosinas, bonobuses e impresos. Disfrazado de aceptación social, el estanquero no deja de ser un camello y los fumadores, yonquis.

A quien hay que joder es al productor, a la tabaquera. Y más a quien lo legitima. A esa cínica etnia política –sin sesgo ideológico– que sirve el veneno a la carta en los labios. Matarratas en la garganta. En los pulmones. En la sangre. ¿Por qué se comercializa legalmente una sustancia letal y sin beneficios? ¿Qué otro producto goza de esta anuencia administrativa? ¿Algún ministro de Sanidad considerará de veras su retirada del mercado? ¿Conoceremos algún plan de choque contra la peste de los dos últimos siglos? Cínicos todos. Ante mis dudas, reclamo que los ingresen en la planta de neumología, aten sus rostros a caretas de oxígeno y abran vías en sus muñecas. Que les practiquen broncoscopias y angiografías cada mañana en ayunas. Que se traguen sus esputos sanguinolentos y la tos sea una maldición para sus oídos. Que los oncólogos les aíslen, les pelen al cero y les chuten goteros ardientes por sus venas. Que la jeringuilla de morfina sea su último cuelgue. Que acaben, como sus clientes, en cajas de madera. Sus familias, rotas también. Viudas y huérfanas.

¡Cabrones! ¡Grandísima panda de cabrones! Los que lo fabricáis, los que lo vendéis y los que permitís que ocurra. Vosotros últimos que malpagáis a médicos –benditos– y chapuceáis presupuestos en hospitales. Fariseos que promovéis campañas de prevención con los ingresos de la calavera. Porque el verdugo de la nicotina asesina a millones de personas. A esposas, hijos, cuñados, padres... Contribuyentes de impuestos indirectos para vosotros. Familia y amigos para nosotros. Eternos. La primavera se ha fugado con el mejor pintor del mundo. Con David El Pintor. Alguien que adornó su rostro con dos brochas rubias en forma de bigote, marca de la casa. Un hombre joven dueño de la más exquisita carta de colores en un enorme corazón. De ley y querido; añorado. Tras una cortina de humo, lo secuestraron a traición Winston y Fortuna. Sicarios primos de Marlboro, presente entre mis dedos mientras escribo. Así es esta puta mierda. Así de pardas se las gasta.

Cuando las estadísticas se nos hacen carne propia, descubrimos lo desamparados que existimos. A pecho descubierto ante asesinos de guante blanco que operan impunemente. Su capacidad adictiva es colosal. Por más que conozcamos sus efectos, incluso en primera persona, estamos dispuestos a quemar nuestra vida veinte o treinta veces al día. De locos. Esclavitud de gilipollas sin remedio. Es una tautología, pero un mundo sin tabaco empezará por un mundo sin (sic) tabaco. Arrancarlo de cuajo, reconvertiendo industria y puntos de venta. Objetivo inmediato y prioritario: salvar a los heridos e impedir nuevos enfermos. Las únicas medidas que conozco como parroquiano son los rótulos y la subida de precios: “Suicidarte te va a costar más caro, ¡perro!, y no digas que no te lo advertimos”. Ni fecha de caducidad, ni composición, ni unidades antitabaquismo... La nada en términos absolutos y finales. Destino seguro."

1 comentarios:

Anónimo dijo...

vaya, dentro del dolor que te supone, es sin duda un buen artículo, te para a pensar.
ya sabes que lo siento muchisimo jose.
animo